Normalmente, cuando se habla de sanar a la niña interior, el ejercicio es claro:
Hablarle a esa versión tuya de antes. Visualizarla, abrazarla. Tal vez escribirle lo que le hubiese gustado escuchar.
Pero esta vez quise hacerlo al revés.
Estoy a punto de cumplir 33 y, aunque me siento muy feliz en este momento, también reconozco cuánto ha costado llegar hasta aquí. Cuánto me exijo, cuánto dudo, cuánto cargo sin darme cuenta.
Y pensé… ¿qué me diría esa niña si pudiera hablarme hoy?
¿Qué cosas me recordaría con su ternura y avanzada claridad?
Esto es lo que imagino que me escribiría.
Hola.
Soy yo.
La del flequito chueco y los cachetes grandes.
La que pasa horas jugando sola, resolviendo rompecabezas, coloreando y dibujando todo lo que se imagina. La que prefiere un buen juego de memoria antes que meterse en una piscina. La que se emociona con todo lo que brilla un poquito:
una libreta nueva con stickers, un helado, una canción en la radio.
Esa todavía soy yo.
Y hoy quiero decirte algo.
No para calmarte, porque sé que aprendiste a hacerlo sola, sino para recordarte lo que sabías antes de que el mundo te enseñara a exigirte tanto: Eres grandiosa. Te veo y me enorgulleces. Has crecido tanto. Te has reinventado, has sostenido mucho, has dicho que sí cuando te temblaban las piernas y que no cuando dolía soltar.
Y aunque a veces te olvides, sigues siendo esa que se enamora de todo, pero no se conforma con nada.
Así que quiero decirte algo, con la misma convicción con la que le escribo cartas a La Pelota:
No te conformes.
No te acomodes en lo seguro solo porque parece cómodo.
No te pierdas en el ruido del mundo ni en las expectativas de nadie.
Acuérdate que tú siempre quisiste una vida extraordinaria,
y que lo extraordinario no tiene que ser enorme.
Basta con que se sienta verdadero.
Por eso estoy aquí.
Para que no se te olvide lo que ya sabías desde siempre:
que soñar no es ingenuo, es una forma de sostenerse.
Y que lo que sueñas no tiene que ser para siempre,
pero sí tiene que ser tuyo.
Sigue escribiendo.
Sigue confiando.
Y por favor, sigue soñando aunque no tengas todas las certezas.
No me hagas a mí la adulta que deja de intentar.
Yo sigo aquí.
Creyendo en ti.
Siempre lo hice.
—Yo, la chiquita.
Supongo que crecer no es dejar atrás a la niña que fuimos, sino aprender a hacerle espacio. A tratarla con más dulzura, a dejar de corregirla tanto, a escucharla cuando pide jugar, descansar o simplemente que la miremos con ternura.
Y ahora que se acerca mi cumpleaños, lo único que quiero es eso: seguir creciendo sin dejar de abrazarla. Caminar con ella, no por encima de ella.
Celebrar lo que somos hoy, pero honrando lo que fuimos.
(Ah, y si no entendiste a qué me refería con lo de las cartas de La Pelota, no te preocupes. En el post anterior cuento esa historia mágica sobre cómo, y cuándo, la escritura tocó mi puerta.)
Cuando la escritura tocó mi puerta
Hace unos días, Melissa —una lectora que ya siento cercana— me compartió una imagen con una frase que me hizo detenerme:
De niña a niña: Gracias por compartir tus cartas 🤍
Este espacio se ha convertido en un refugio acogedor para todas las versiones de mí que me habitan.
De todo corazón, gracias, Luisa. No sabes la compañía tan profunda que han sido tus palabras para mí en este momento. Me ayuda a sentir que mi niña interior tiene una buena amiga de cartas. ¡Un abrazo y gracias!
Qué carta más linda. Todo lo que le has dicho a la Luisa adulta me conmueve porque justo llega en un momento donde me está costando mucho seguir soñando e intentando. Definitivamente puedo ver cómo honras a la niña que fuiste, la adulta que eres e incluso lo que serás 🩵