Cuando la escritura tocó mi puerta
Una vida contada en fragmentos, desde la niña que escribía en Pascualina hasta hoy.
Hace unos días, Melissa (una lectora que ya siento cercana) me compartió una imagen con una frase que me hizo detenerme:
“Tú no empiezas a escribir. La escritura un día toca tu puerta y entra en ti.”
Y sí. Así fue. Yo no decidí escribir: la palabra vino a buscarme.
Creo que todo comenzó mucho antes de abrir mi blog.
Desde que tenía nueve años, mi abuela me dejaba cada mañana un post-it pegado en la puerta de mi cuarto. Algún mensajito, alguna frase, algo que ella quería que me acompañara en el día. Yo lo leía antes de salir al colegio, me lo guardaba en el bolsillo o en la lonchera. Era mi primer contacto del día con las palabras, y sin saberlo, fue también el inicio de mi vínculo con ellas. Mi abuela me enseñó, de manera habitual, que una sola frase puede tener poder. Y que alguien que escribe para ti, de alguna manera, también te cuida.
Mi madrina también se llama Luisa. Y entre ella y mi abuela existió una dinámica preciosa que, con los años, también heredé yo. Mi abuela inventó una historia donde una pelota mágica, hecha con polvo de luna, se escondía en el jardín y dejaba cartas para las niñas llamadas Luisa. Nadie debía verla. Y si la buscabas demasiado, perdía la magia. Esa pelota escribía con urgencia, pedía ayuda para otras niñas, planteaba acertijos que solo se resolvían con imaginación. Primero fue con mi madrina, y después, 15 años más tarde, conmigo. Era como si la escritura ya estuviera tejida a mi nombre. Como si escribir fuera un juego secreto, compartido, solo entre las Luisas de mi familia. Y creo que ahí, en medio de la magia y la imaginación, también nació mi forma de escribir: como un acto íntimo, lúdico y lleno de fe.
También fui una niña de diarios. Como muchas de las que me leen, me enamoré de la Pascualina, esa agenda ilustrada que se volvió confidente. Ahí escribía lo que sentía, lo que deseaba, lo que me dolía. Me encantaba llevar registro, contar mi día, hablarme por escrito. No sabía que eso era escribir. Solo sabía que me hacía bien.
A los 18 años abrí mi primer blog: El asa de la taza. Y uno de mis primeros posts fue sobre algo tan simple y tan hermoso como los árboles de jacaranda. No los conocía —en Venezuela tenemos el araguaney—, y la primera vez que los vi fue en un viaje a Ciudad de México. Me parecieron de otro planeta: lilas, vibrantes, delicados. Y les escribí. Les dediqué un texto. Ahí empecé a descubrir mi voz. No la que pensaba en silencio, sino la que se atrevía a compartirse.
Cuando empecé a escribir, Andrés (que ya estaba en mi vida para ese entonces) me regaló una máquina de escribir. Fue su manera de celebrar ese blog que recién nacía, un gesto divino que me marcó. A mí ya me encantaban las antigüedades, todo lo vintage, y aunque la máquina no funcionaba, la tuve por años decorando mi estudio: ese cuartito donde hacía tareas, collages, trabajos de la universidad y me inventaba futuros. Nunca la usé para escribir, pero tenía un lugar especial, como un altar chiquito. Fue uno de esos regalos que no se olvidan, porque eran menos sobre el objeto y más sobre el mensaje: "Creo en lo que estás creando." Y eso, viniendo de Andrés, en esa etapa temprana de nuestra relación, fue también una forma de acompañarme.
Después vino Una tal Luisa, un blog mucho más conversacional, donde mostraba mi estilo personal, mis looks, mis ideas del día a día. Ahí ya no escribía desde lo poético, pero la chispa seguía ahí. Ya sabía que la escritura me gustaba, pero poco a poco (y sin darme cuenta) empecé a escribir menos. Mientras más crecía mi comunidad, más miedo me daba mostrarme tan vulnerable. Me escondí detrás de la imagen, del contenido visual, del algoritmo. Y dejé de escribir como antes.
Pasaron los años. Diez, para ser exacta. Y llegó el podcast: Otro Día Maravilloso. Con él, llegó una nueva manera de escribir. Cada episodio nace de un tema que estoy viviendo, conversando en terapia, hablando con mis amigas, explorando desde adentro. Primero lo proceso, lo siento. Luego escribo. Y solo entonces lo grabo. Ahí volví a conectar con mi voz. Volví a escribir desde la honestidad. Volví a dejarme ver.
En 2023 tomé un taller de escritura por primera vez.
Nunca había hecho uno.
Fue un reto de 21 días escribiendo sin parar.
Y entendí algo que hasta hoy me acompaña:
Que escribir, como todo en la vida, no es cuestión de talento, sino de fe.
De sentarte. De insistir. De escuchar lo que quiere salir.
Ese taller me devolvió a mí. Empecé a hacer journaling con más constancia.
A escribir pequeños textos que posteaba en Instagram, sin plan ni pretensión.
Y esos textos empezaron a volverse virales.
Mucha gente empezó a seguirme por ahí.
Y fue muy impactante darme cuenta de que sí, a la gente también le gustaba leerme. Que no solo les interesaban mis looks o mis fotos:
había espacio para lo que pensaba, para lo que sentía, para lo que escribía.
Y eso es un honor.
Ahora estoy aquí, escribiendo este Substack.
Tratando de hacer de la escritura un hábito, una tarea, una casa.
Volviendo a esa niña que leía post-its antes de salir al colegio.
Volviendo a mi voz.
Volviendo a escribir no porque tengo algo nuevo que decir,
sino porque, ahora, no sabría vivir de otra forma.
Hermoso 🥹 me has hecho re-conectar con mi propia historia con la escritura. Me parece bellísimo como siempre tiene que ver con las personas que nos rodean y nos alientan ❤️🩹
Me siento profundamente identificada con lo que escribiste. En mi caso, la escritura también tocó a mi puerta de forma inesperada… llegó a través de sueños fantásticos que parecían tener vida propia, y desde entonces, no he podido dejar de escribir. Esas historias que antes solo habitaban mis noches, ahora cobran forma en mi Substack. Gracias por poner en palabras esa sensación tan mágica de ser elegida por la escritura. ✨